Columnista:

Omar Andrés Reina M.
Viajador y Contador de Historias 

Líder de cambio, escritor, político, viajero y promotor de causas colectivas. Administrador de Mercadeo, Especialista en Economía Urbana y Regional, Magister en Estudios Políticos.

Escribo esto mirando el reloj que marca las 4:11 de la madrugada, afuera llueve. Todas las noches de la semana me ha costado mucho conciliar el sueño.

Cada mañana despierto notablemente más cansado que al acostarme y con una sensación de incertidumbre que se siente como una ausencia de respuestas entre pecho y espalda. Es la segunda temporada de nostalgia que me acosa durante los cuarenta y cinco días que llevamos confinados.

Como muchos de ustedes, al ritmo del paso de los días, me fui haciendo consciente del frenético caos en el que vivíamos. Evidencié lo absurdo de las rutinas de trabajo, la desconexión con nosotros mismos y con quienes amamos; el desbalance en lo que compramos y en lo que comemos;  lo ilógico de la adulación hacia influenciadores sin mérito para quienes solo somos clientes.

Noté igual que ustedes, lo profundo de la crisis de la salud y la educación, lo frágil de nuestras políticas, lo monstruoso de tanta corrupción y lo avaro de nuestro sistema bancario. 

Pero no todo es malo. También se despertaron en nosotros sentimientos de reflexión, muestras de solidaridad, anhelo de trabajo en equipo y de civismo. Nos vimos por video con gente que queremos y está lejos. Nos han recordado lo importante que somos en la vida de alguien y hasta aprendimos cosas nuevas para las que no sabíamos que teníamos talento.

Personalmente me propuse mejorar lo que comía y aprender a cocinarlo; me fijé la meta de hacer más ejercicio; opté por practicar y perfeccionar mi inglés. Limpié toda mi casa y eliminé una increíble cantidad de cosas que no necesitaba. Tuve tiempo para pensar y sumé valor para tomar decisiones, pero también tuve que aceptar acciones de personas muy importantes para mí y respetarlas aunque duelan. Sin embargo, tratar de hacer siempre lo correcto cansa, agota bastante. Entonces llegó el día en el que no quise ni siquiera levantarme de la cama. Solo anhelaba perder el tiempo; dejar pasar los minutos sin remordimientos.

Quedarnos encerrados nos volvió hiperactivos. No nos permitimos ni un momento sin hacer nada. Tenemos que hablar francés, hacer Yoga, construir muebles, pintar un cuadro, hacer un curso, tocar el piano, aprender pastelería, estudiar a distancia, teletrabajar y ser mucho más productivos que cuando salíamos a la calle.

Y en el mundo virtual repiten aquello que se supone, todos estamos obligados a hacer: Reinventarnos.

Son las 5:05 de la mañana y lo que menos quiero hacer es reinventarme. ¿Quién se inventó esa palabra? Después de la Resiliencia y la Empatía, ahora todos tenemos que reinventarnos. Evidentemente lo que le pasa al mundo hará que ocurran cambios; pero qué de malo tiene querer que algunas cosas sigan como estaban.

Para los seres humanos es necesario evolucionar, trascender. Y claro que está muy bien si alguien encontró su verdadera vocación y quiere darle un giro a su vida; pero pretender que todos somos orugas, que al salir del capullo de nuestras casas, volaremos como nuevas mariposas de colores en un mundo de armonía; más que romántico es bastante iluso.

Para el filósofo francés Jean Paul Sartre, la existencia era una condena a la que el ser humano se atenía de forma natural por el simple hecho de estar vivo. La libertad inherente en su forma de ser, sus juicios, sus pensamientos o su manera de vivir lo llevaban irremediablemente a ser responsable de todo lo que le pasaba.

Recordé su libro La Náusea, sintiéndome como el protagonista de su novela de existencialismo; pasé horas pensando porque me costaba tanto entregarme al placer del ocio, a disfrutar del arte y la cultura sin pensar en la responsabilidad de reinventarme. Me caigo mal por no darme la libertad de simplemente, no hacer nada; como decía Sartre: – Creo que lo hacen para llenar el tiempo, simplemente. Pero el tiempo es demasiado ancho, no se deja llenar –

Que habría sido de nosotros sin los aportes de la industria del ocio y el entretenimiento durante estos días; los artistas que se esfuerzan por compartir su talento; la disponibilidad gratuita de infinidad de obras de las artes y las letras; el acceso a métodos, recetas, fórmulas y herramientas para hacer de todo en la casa; el internet con su universo de posibilidades; gente de todos los tipos tratando de entretener gente de todos los gustos.

A medida que avanzan los días de encierro, podremos ir buscando el equilibrio entre las obligaciones y el tiempo para nosotros, definiendo cuando es momento de hacer y cuando es momento de ser.

Yo por lo pronto, a las 5:59 de esta mañana lluviosa, me prometo liberarme por hoy de todas mis obligaciones; desayunaré una cerveza y veré los cuatro capítulos pendientes de esa serie. Espero no bañarme, mantenerme en la cama y sólo levantarme para no morir de hambre. Leer un libro, jugar en la consola, mirar como llueve y convertirme lentamente en un ser improductivo. A perder el tiempo, nada de reinventarnos hoy; mañana ya veremos.

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