POR: JORGE ENRIQUE PAVA QUICENO/ Contador Público-Columnista invitado

Nos están mintiendo. En medio de esta crisis que asuela el mundo y que nos tiene crispados los nervios, desolados los corazones y nublado el futuro, nos están sometiendo a una serie de promesas que generan expectativas, ilusiones y esperanzas, pero terminan estrellándonos con la realidad de ser solo sofismas.

Vemos al presidente Duque afrontando con entereza esta situación; vemos un Gobierno Nacional trabajando coordinadamente en sus propósitos y un gabinete entregado a servir adecuadamente; vemos las diferentes instituciones estatales dispuestas, en el papel, a ser parte de la solución. Y eso nos llena de optimismo, pero en la realidad nos encontramos con una burocracia displicente, indolente y apática, que entorpece los trámites y demora los resultados.

Es decir, el Estado trabajando a media máquina y engrosando nuestros problemas, solo que, en una situación como esta, esas prácticas son homicidas y devastadoras.

Y no es solo el Estado. Los bancos y el sector financiero están demostrando ser instituciones alejadas de la problemática social; están demostrando que no tienen ninguna consideración con el grueso de la población, que es la fuente de su riqueza.

A diario vemos al Presidente ofrecer soluciones crediticias rápidas, poco onerosas y extendidas en el tiempo; oímos al superintendente financiero decir que la banca está al servicio de la sociedad y que no habrá discriminación para el otorgamiento de créditos, que permitan sobrevivir a las pequeñas empresas; oímos a los ministros ofrecer soluciones ligadas a desembolsos bancarios a favor de comerciantes, industriales y prestadores de servicios; vemos costosísima publicidad en la cual se ofrecen créditos en condiciones especiales, avalados casi totalmente por el Estado.

Y esto nos llena de ilusión y rehacemos unas proyecciones optimistas para sobrevivir.

Pero cuando acudimos a la banca, nos encontramos con que la realidad es otra totalmente diferente: a millones de clientes reportados en las centrales de riesgos se les cierran las puertas; a los comerciantes o industriales que no puedan demostrar ingresos suficientes para atender sus obligaciones, se les niegan los recursos; a los independientes que, por razones obvias, carecen actualmente de ingresos, contratos y expectativas, se les rechaza de inmediato; a los sectores productivos que se encuentran en receso en sus pagos, se les mira con desdén y no son objeto de crédito.

Es decir, como en estas condiciones es imposible demostrarle al banco que el dinero que se solicita, no se necesita, (¡vaya paradoja!) los créditos se congelan y los recursos que ha dispuesto el Gobierno Nacional para paliar la crisis no alcanzan a llegar a sus verdaderos beneficiarios. 

Y así, a esta pandemia que está acabando con la vida física de miles de personas en el país, se le suma el fin económico y productivo de millones de personas que tradicionalmente han mantenido en firme las finanzas colombianas.

En 1998, cuando nació el impuesto transitorio del dos por mil (hoy convertido en cuatro por mil), todos los colombianos aportamos en cada transacción bancaria para sacar al sector financiero de una de sus mayores crisis. Nunca les importó quién estaba reportado, desfinanciado, quebrado, ahogado… Todos, sin excepción, tuvimos que cargar con el peso de un desplome privado y nos convertimos en salvadores de quienes hoy, al cabo del tiempo, se volvieron nuestros verdugos. 

Esta posición del sector financiero colombiano no solo es injusta, desleal y mezquina. Es absurda y contraproducente.

Porque si la banca no les da la mano a quienes tratan de salvar su vida productiva; a quienes generan empleo; a quienes producen bienes y servicios; a quienes hoy se encuentran desesperados tratando de sobrevivir en medio de sus empresas cerradas; a quienes le han aportado durante años millonarias utilidades; si no les da la mano, repito, cuando pase esta crisis encontrará un país desolado, lleno de cadáveres empresariales y se tendrá que doler de haber cometido un suicidio comercial.

Porque cerrarle las puertas hoy a sus clientes, sea cual sea el motivo, es acabar con la fuente de sus ingresos y de su sostenimiento. ¡Es acabar con un país que los ha mantenido y enriquecido!

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