Columnista:

Omar Andrés Reina M.

Viajador y Contador de Historias 
Líder de cambio, escritor, político, viajero y promotor de causas colectivas. Administrador de Mercadeo, Especialista en Economía Urbana y Regional, Magister en Estudios Políticos.

Escuché en una emisión del noticiero, al ciclista Esteban Chaves y también al futbolista James Rodríguez leer cuentos infantiles para los niños colombianos. Fue inevitable imaginar que tan esperanzador podría ser para algún pequeñito, asustado en un rincón de su casa, escuchar la voz de su héroe deportivo, sentir calma y pensar: todo va a estar mejor.

Somos una sociedad que no entiende muy bien el concepto de tolerancia, nos cuesta comunicarnos; nos acostumbramos a resolver nuestras diferencias de la manera más difícil y violenta. Me atrevería a asegurar, siendo sinceros, que ninguno de nosotros está invicto de
haber caído en la trampa de la ira. En cualquier momento durante una discusión, al enterarnos de una ofensa e incluso por defendernos de un ataque; todos hemos perdido el control consumidos por la rabia.

Somos irritables como lo demostramos en los ataques e insultos que se gestan desde las redes sociales, sin ningún filtro; ese es el reflejo de lo reaccionarios y ofensivos que somos.
Muchos fuimos educados con castigos físicos, porque a su vez, nuestros padres y abuelos también fueron golpeados, incluso con mayor severidad.

Vivimos matoneo agresivo en la época escolar, bromas pesadas y peleas de colegio. Fue natural la confrontación verbal en los deportes y las aficiones. En nuestras tradiciones aguardienteras, las fiestas con frecuencia terminaban a los golpes. Y es que en contraste con el conflicto armado del país, que tan grave podría parecer un puño o una patada, comparada con una masacre o una toma guerrillera.

Pero lo que para mí es más difícil de entender, es la relación entre la violencia y el amor; entre parejas, entre familias, entre amigos; ¿por qué se lastima, se hiere, se violenta lo que más se quiere?
Mi infancia fue temerosa de la autoridad de mis padres y me enfrenté bastante a la correa y el castigo. Tengo que confesar que tuve relaciones de pareja llenas de amor, que de momento, sin entenderlo muy bien, tuvieron episodios de agresión.

El amor que crece y lo atacan los celos, que se resiste y recibe ofensas, que perdona y no olvida. Entre parejas la violencia se ejerce de muchas maneras, de parte y parte, como en una competencia donde se mide quien
acierta un ataque más contundente; se limitan libertades y se hacen concesiones; se guardan respuestas para la siguiente batalla. Es peligroso, si se pierde el control, la violencia puede escalar a lo físico, con terribles consecuencias.

Yo mismo me equivoqué y agredí, pero también fui víctima y guardé silencio avergonzado. Con el tiempo busqué la manera de perdonar y de hacer mis desagravios, espero haber sido perdonado. Ninguno merecía sentir miedo.
Hoy tengo hijos, por eso me conmueven los cuentos leídos por famosos, pues pienso en los otros niños, herederos de nuestra historia colérica, miembros de familias que golpean por inercia.

La incapacidad de ejercer la autoridad del hogar, la machista cultura latina, cocinándose en el encierro obligatorio, es un escenario inflamable para la violencia doméstica; la impotencia de no conseguir el dinero para comprar comida y pagar lo básico, es gasolina que se enciende con la chispa generada por un reclamo o por un grito. ¡Fuego!

Las llamas devoran siempre lo más vulnerable: niños, mujeres y ancianos.
De acuerdo con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), entre el 12 de marzo y el 21 de abril de 2020 se recibieron 15.850 solicitudes y reportes asociados a violencia hacia niños, niñas y adolescentes; es decir, un promedio de 565 denuncias diarias.

Adicionalmente, América Latina registró unos 3.800 feminicidios en 2019. En 2020, según el periódico El Tiempo, entre el 20 de marzo y el 13 de abril, la línea de atención que se habilitó en Colombia para las mujeres maltratadas recibió 11.792 llamadas y mensajes; entre el primero y el 19 de marzo se recibieron 3.446. Esto quiere decir que antes del confinamiento se recibían, en promedio, 181 solicitudes diarias a través de la línea telefónica y de chat.

Una vez se decretó el aislamiento, este número aumentó a 471. Ya son 19 mujeres asesinadas durante la cuarentena.
Un niño, en una vereda de Marquetalia Caldas, con tan sólo 3 años, la misma edad de mi hijo, fue asesinado a golpes por su padrastro, porque lloró; lo mató con una tabla y no dejó de golpearlo aún después de muerto, la mañana del 6 de abril, hace 20 días.

Si me llena de sentimiento la cara de Salvador y Maximiliano cuando los regaño, enojado e impotente porque no logro que almuercen, me vencen sus ojos asustados ante el grito de papá.

No alcanzo siquiera a imaginar que pueden sentir esos pequeñitos cuando se acerca el adulto al que aman y admiran, pero transformado en un monstruo, lleno de demonios; dispuesto a acabar con sus pequeños cuerpos, poseído por la rabia, enceguecido por la ira y lleno del poder que otorga la superioridad física.

Los niños son angelitos, aunque algunos vivan en el infierno.
Si no vienes de una familia feliz, haz que una familia feliz venga de ti. ¡Rompe el ciclo!

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